Friday, August 5, 2011

A.M.D.G.

LA VIRTUD

La palabra Virtud, del latín virtus, igual que su equivalente griego, areté, significa "cualidad excelente", "disposición habitual a obrar bien en sentido moral". Puesto que se trata de una disposición o capacidad adquirida, por el ejercicio y el aprendizaje, de hacer lo que es moralmente bueno, la virtud es una cualidad de la voluntad que supone un bien para uno mismo o para los demás. Y en esto se distingue una virtud de cualquier otra disposición habitual, como por ejemplo la salud, la fuerza física o la inteligencia: en que "en un hombre virtuoso la voluntad es la que es buena".


La vida es moralmente virtuosa si se tiene el hábito de la virtud, "por el cual el hombre se hace bueno y por el cual ejecuta bien su función propia"; la práctica habitual de las virtudes éticas, que consisten en un justo medio entre dos excesos, hace al hombre moral y lo dispone a la felicidad. Por esto la ética no es sino el cumplimiento del fin del hombre. En esta misma línea, Tomás de Aquino distingue entre apetito natural, el de la comida, por ejemplo, sensitivo e impulsado por la imaginación o la sensación, y el racional, que es la determinación de la voluntad. El concepto aristotélico de virtud, fundamento de la ética, pasa con el Aquinate al mundo cristiano. A las virtudes morales de Aristóteles y a las principales o cardinales -así llamadas por san Ambrosio- que platón menciona como fundamentales en la república, a saber: sophía, prudencia; andreia, fortaleza; sophrosine, templanza; y dikaiosyne, justicia, añade las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), que tienen por objeto a Dios.

LOS HÁBITOS

Tanto el bien como el mal obrar forman costumbres e inclinaciones en el espíritu; es decir, hábitos de obrar. A los buenos se les llama "virtudes"; y a los malos, "vicios". Un hábito bueno del espíritu es, por ejemplo, saber decidir sin precipitación y considerando bien las circunstancias. Un vicio, en cambio, en el mismo campo, es el atolondramiento, que lleva a decidir sin pensar y a modificar muchas veces y sin motivo las decisiones tomadas. Algo tan importante como lo que llamamos "fuerza de voluntad" no es otra cosa que un conjunto de hábitos buenos conseguidos después de haber repetido muchos actos en la misma dirección. Ésta es la regla de oro de la educación del espíritu: la repetición. Hay un pequeño caso que afecta a una parte importante de la humanidad y que nos ofrece un buen ejemplo: la hora de levantarse de la cama. Casi todos los hombres tenemos la experiencia de lo que supone en ese momento dejarse llevar por la pereza, y los que son más jóvenes la tienen de una manera más viva. Si, al sonar el despertador, uno se levanta, va creando la costumbre de levantarse, y, salvo que suceda algo como un cansancio anormal, resulta cada vez más fácil hacerlo. En cambio, si un día se espera unos minutos antes de dejar la cama, al día siguiente costará más esfuerzo; y si se cede, todavía más al día siguiente. Así hasta llegar a no oír el despertador.

DOMINIO DE SI





Sólo con esfuerzo -repitiendo muchas veces actos que cuestan un poco- se consigue el dominio necesario sobre uno mismo. La persona que tiene virtudes es capaz, por ejemplo, de no comer algo que no le conviene, aunque le apetezca mucho, o de trabajar cuando está cansado, o de no enfadarse por una minucia; logra que, en su actuación, predomine la racionalidad: es capaz de guiarse -al menos hasta cierto punto- por lo que ve que debe hacer. Quien no tiene virtudes, en cambio, es incapaz -también hasta cierto punto- de hacer lo que quiere. Decide, pero no cumple: no consigue llevar a cabo lo que se propone: no llega a trabajar lo previsto o a ejecutar lo decidido.

Así resulta que la persona que tiene virtudes es mucho más libre que la que no las tiene. Es capaz de hacer lo que quiere -lo que decide-, mientras que la otra es incapaz. Quien no tiene virtudes no decide por sí mismo, sino que algo decide por él: quizá hace "lo que le viene en gana". Pero "la gana" no es lo mismo que la libertad. La gana es una veleta que necesariamente se orienta hacia donde sopla el viento. El perezoso puede tener la impresión de que no realiza su trabajo porque "no le apetece" o "no le da la gana" y hacer de esto un gesto de libertad, pero en realidad es una esclavitud. Si no trabaja en ese momento, no es por ejercitar su libertad, sino precisamente porque "no es capaz" de trabajar. Y la prueba de esto es que "las ganas" se orientan con una sorprendente constancia siempre en el mismo sentido. A la persona que se ha acostumbrado a comer demasiado, "sus ganas" le inclinan una y otra vez, un día tras otro, a comer más de lo debido, pero raramente a guardar un día de ayuno. Y al que es perezoso, le llevan a abandonar un día tras otro su trabajo, pero raramente a realizar un sacrificio extraordinario.
Las virtudes van extendiendo el orden de la razón y el dominio de la voluntad a todo el ámbito del obrar. Concentran las fuerzas del hombre, que se hace capaz de orientar su actividad en las direcciones que él mismo se propone. La misma palabra "virtud" que es latina, está relacionada con la palabra "hombre" (vir) y con la palabra "fuerza" (vis). La gran fuerza de un hombre son sus virtudes, aunque quizá su constitución física sea débil. Sólo quien tiene virtudes puede guiar su vida de acuerdo con sus principios, sin estar cediendo, a cada instante, ante la más pequeña dificultad o ante las solicitaciones contrarias. En cambio, los pequeños vicios de la conducta debilitan el carácter y hacen a un hombre incapaz de vivir de acuerdo con sus ideales. Son pequeñas esclavitudes que acaban produciendo una personalidad mediocre. Y es que, como decía Aristóteles, "nuestro carácter es resultado de nuestra conducta."

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